Relato de una estudiante a punto de graduarse, sobre la biblioteca de su universidad
Médica
El primer día en la universidad es por partes iguales emocionante y atemorizante, todo lo nuevo produce gran curiosidad y al mismo tiempo resulta retador, se llega a la universidad con muchas expectativas e incertidumbres, y desde el primer día deseas conocerla muy bien porque nadie quiere ser el primíparo que mandan a buscar “el campo de golf”.
Por eso recuerdo muy bien el día que conocí la biblioteca y fue el primer espacio de la universidad en el que me sentí como en casa, es un espacio estético, armonioso, sobrio y acogedor, para mi un lugar hermoso. La verdad es que siempre que esas puertas de vidrio se deslizaban para permitirme la entrada a la cofradía del saber yo volvía a sentirme feliz, como esa primera vez. Desde el segundo piso se alzan con orgullo las estanterías de libros y revistas y por todas partes rodean variedad de espacios dispuestos para la lectura y el estudio.
Desde entonces han pasado 6 años y es extraño cómo el tiempo avanza de una manera inconstante haciéndose tan prolongado en unos momentos y tan corto en otros, pero de manera invariable siempre estaba la biblioteca como refugio, como lugar de encuentro, como espacio de paz.
Lo veo como una relación de mutualismo necesitábamos la biblioteca para encontrarnos con el saber y la biblioteca nos necesitaba para consolidarse como espacio seguro y aceptado por la comunidad, porque al fin y al cabo en alguna cabeza debía reposar todo el conocimiento, alguien tenia que tomar el libro para que este pudiera cumplir su propósito y así se extendía su esencia por toda la comunidad universitaria.
Hoy, desde la recta final de mi vida como estudiante de pregrado de medicina en la universidad, recreo ese camino que una vez recorrí y me parece claro que la biblioteca era un espacio hogareño para quienes estuvimos por tantos años sumergidos en ella.
La biblioteca universitaria es ese espacio que se extiende más allá de los límites que demarcan sus paredes, fluye por el espacio digital sutil pero tan o aún más importante que su contraparte física, y también es ahí hogar y refugio de seguridad, segura para mis búsquedas de literatura científica pero también generosa en abundantes cuentos para sacar la mente de la fatiga que puede llegar a producir la academia. Fue pues, de cierta manera, cálida y maternal aún en la distancia desde el primer hasta el último momento.
De la biblioteca de mi universidad hay que enamorarse de todo, desde el hermoso vitral iluminado con luz tenue con el mapamundi impreso en él, recordando que ahí donde yace el conocimiento es la puerta al mundo, también esos suaves sofás que sirvieron de asiento para sentarse a leer tanto un tomo de anatomía como un relato fantástico de una historia más antigua que mi memoria, las mesas donde tantas veces descansó mi laptop con el fin de estudiar en ese lugar tranquilo dispuesto para la concentración, y sin duda nada como la calidez de esas personas que trabajan en este entorno casi mágico, que siempre tenían una sonrisa y un buen consejo para ofrecer.
Los recuerdos acuden a mí impregnados con un tinte de nostalgia, porque la palabra egresado genera de cierta forma un sentimiento de pérdida, de separación del nido, sin embargo la universidad nos ha recordado que aún lejos siempre será nuestro hogar y sin duda volveré a la biblioteca a perderme de nuevos en sus rincones, a disfrutar el olor de sus libros, a estudiar con calma y sin prisa. En mí existe una gratitud y cariño inmenso hacia el alma mater y recordaré siempre con secreto anhelo esa tan adorada mi Biblioteca Fundadores de la Universidad CES.
Manuela Herrera Arango. Colombia
Médica. Universidad CES. Ganadora del concurso nacional de cuento del Ministerio de Educación de Colombia. 2014.
Apasionada por el servicio y la salud, mi frase favorita "nada de lo humano me es ajeno", quiero lograr un impacto real en la sociedad a través de la búsqueda del bienestar común. Amante de la literatura y la escritura en mis tiempos libres.
Contacto: manuherrera.mh@gmail.com