Por Santiago Henao Villegas
Doctor en Bioética
Mi madre, una mujer que trabajó durante varias décadas como bibliotecaria en una biblioteca pública de la ciudad de Medellin, me transmitió y me sigue transmitiendo la riqueza que hay en poner la vida y la mente alrededor de los libros. Aunque debo advertir que no fue en dicho lugar que arrancó su pasión por la lectura.
Ella, mi madre, me cuenta historias de lecturas obligadas que realizó en su colegio y que luego retomó por gusto y pasión. También habían lecturas que eran prohibidas en su contexto de crianza de una familia católica conservadora. Historias en donde su abuela intercambiaba de manera clandestina en los supermercados las revistas viejas por las nuevas, tratando de mitigar su responsabilidad por dicho acto.
No recuerdo con claridad la decoración que adornaba mi casa cuando era pequeño, pero mantengo intacta la escena en la cual había pequeñas bibliotecas en rincones, repisas o mesas con libros nuevos y viejos.
Todos los textos cumplían con una característica particular, ya habían sido leídos y releídos por mi madre.
No se trataba de presumir con grandes colecciones, o el número de libros ya leídos, era sobre tener la posibilidad de ayudarnos a resolver tareas de manera ágil y con absoluto cariño. Es necesario advertir que soy de la generación que tuvo acceso a Internet después de los 24 años, de esa que acudía a las bibliotecas físicas y encontraba en ellas verdaderos emporios del conocimiento.
Mi madre tuvo momentos angustiantes para pagar las cuotas semanales de los libros como "El mundo de los niños" o de enciclopedias de “El círculo de lectores” compradas a crédito, pero estoy seguro que la sensación de tener acceso a la información de primera mano era su orgullo. Además, fueron muchos los vecinos y amigos que se beneficiaron de su colección. Muchos libros fueron prestados, y no todos regresaron, pero no hay gotas de remordimiento por la ayuda que brindó.
Que mi madre fuera bibliotecaria marcó mi niñez y la de mis hermanos, nos mostró que la información, el aprendizaje o los mundos posibles que nos brindan los libros permiten reafirmar que el conocimiento es el mayor legado que nos pueden dejar nuestros ancestros, y si ese conocimiento viene en papel, podremos heredarlo con mayor facilidad a las generaciones futuras.
Mi madre, Laura Villegas, hoy se regocija al enseñarle a mis hijos o sea a sus nietos, a través del ejemplo, las oportunidades de amplitud de imaginación y la aventura paradisíaca que hay en los libros impresos. Deseo, y de verdad así lo añoro, que su persistencia derive en que ellos disfruten el olor del “impreso” tanto como yo lo hago.
Santiago Henao Villegas. Colombia
Médico veterinario, magíster en Medicina Preventiva y doctor en Bioética. Jefe de Posgrados de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Universidad CES. Presidente del Tribunal Nacional de Ética Profesional y miembro del Consejo Nacional de Bioética de Colombia.
Investigador y académico por vocación, amante infinito de los animales por elección, defensor de vida, la ética y el bienestar animal por convicción.
Linkedin: Santiago Henao Villegas
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